lunes, 13 de junio de 2011

Lección de credibilidad.

En estos tiempos en que las confianzas no andan bien tasadas y pareciera que el contrato escrito es por más mejor valuado que la palabra de empeño, me ocurre que otra vez en el fútbol encuentro una seña de redención del desempeño humano.

La escuadra de la Universidad de Chile había perdido el primer partido de la final por el campeonato nacional ante la Universidad Católica. Dos goles contra cero en el marcador y la desazón en la parcialidad azul. El partido de vuelta sería tres días después, un domingo. Evidentemente la UC contaba con un margen amplio para adjudicarse el campeonato y sus simpatizantes lo hacían sentir: con sobra de confianza daban por ganador a su equipo, a la vez que al cuadro de la U no le otorgaban oportunidad alguna de marcar los tres goles que lo harían campeón, sin dejarse marcar goles por supuesto. Hasta acá, todo normal pues todo equipo puede sentirse confiado en sus logros y restregárselo a sus contrincantes, salvo por el ámbito simbólico que encierra el duelo de estos dos equipos. Vamos a darle un vistazo.

Si el fútbol en Argentina enfrenta las identidades barriales (River del barrio de Nuñez, Boca Juniors, del barrio de la Boca, por ejemplo) en Chile el fútbol enfrenta identidades de clase. Así nomas. La UC se ha representado históricamente por la clase alta y la clase media aspiracional o arribista derechamente, mientras que la clase media y media baja con acceso a la instrucción terciaria es representada por la Universidad de Chile. Hacia la clase media baja y baja, el Colo Colo encuentra a su parcialidad. Entonces, en orden, podemos identificar los tres equipos más grandes del país como los pijes o cuicos de la UC, los laicos y estudiantes en la U y el segmento popular, poblador de Colo Colo. No hay que ser demasiado astuto como para tener en cuenta de que esta segmentación escapa de todo absoluto y refleja generalidades. Aclaro esto porque mucho idiota tiene claro su color deportivo pero no tiene conciencia de clase y por tanto se identificará con la tele o una calle o una banda o con su mamá, qué se yo. Pero lo cierto es que los equipos en Chile identifican clases.

bueno, volviendo a lo que me trae a teclear este mensaje: nadie confiaba en que la Universidad de Chile diera vuelta el resultado adverso. Pero había rabia en el ambiente. Rabia porque no es justo, consideramos, que los pijes ganen, que aparte de tener poder económico, político y estar del lado de la iglesia tan nefastamente presente en la vida nacional y con tanto daño, además tengan un campeonato de fútbol. No es justo porque el fútbol es del pueblo, de la calle, del barrio, donde los héroes se acercan a todos nosotros, los "pelusas" que soñamos con goles porque vibramos con el rugir de la hinchada y no con los contratos millonarios, los vecinos que necesitamos de la pichanga semanal porque viene con cerveza, porque no importa ser bueno pa´la pelota, sino que ir, no fallar y poner unos pesos para el arriendo de la cancha. Es miserablemente injusto entregar el fútbol a la clase que nos gobierna, es como no dejarnos nada a nosotros, los que hacemos el fútbol como dijo Don Bielsa. Y si hacemos el trabajo y nos enajenan el trabajo, y si hacemos la patria y nos roban la patria, ni cagando nos pueden robar el fútbol y la imagen de la copa alzada por nuestros ídolos de carne, hueso y barro. No señor.

Entonces, me dio confianza. Me atacó una sensación de confianza en la U. Por todo lo anterior, porque es la U y se llama León cuando ruge en el estadio, porque los hinchas acabaron con las entradas a poco de comenzar con su transa, porque la católica no podía arrancar una vuelta olimpica, además exhibiendo nuestra copa barrial. Confié en los apellidos Rojas, Rivarola, Mena, Canales, Vargas, Herrera. Confié en la ilusión de mi hijo que vio conmigo en el estadio el 7 a 1 de la U frente a O´Higgins. Confié con patudez y no me equivoqué, nadie se equivocó. La Universidad de Chile marcó 4 goles y la UC, sólo 1, de manera que salió campeón el equipo que representa a la clase media y media baja, campeonó la escuadra que más gente lleva al estadio, el club universitario, del himno romántico, del búho como insignia de saber. Las calles de verdad se llenaron de banderas (hay calles de mentira que no se llenan nunca) y celebramos como sabemos hacerlo, como después de cada pichanga de barrio.

Acerca de la confianza, creo y siento que es una apuesta moral a estas alturas. Confío en la verdad histórica o que la verdad debe volver a los que la construyen y no permanecer con los que la imponen. Hoy, la verdad está en los estudiantes, en los profesores, en los trabajadores, en los pensionados, en las embarazadas. La verdad está creándose en las calles de verdad, en las que se llenan. Hay calles de mentira que no se llenan nunca porque no ven gente, ven transeúntes.

Confío en que la razón es la voz univoca de los que comparten abajo, en las calles de verdad porque los que nos gobiernan son transeúntes en la historia y pretenden apropiársela, como todas las cosas. Confío con rabia porque no pueden arrebatarnos tanto, no pueden llevarse el agua, las semillas, los paisajes y más encima dictar reglas de buena educación. Confío en la hinchada como motor del equipo y confío en las marchas como evidencia de nuestro descontento. No pueden quitarnos tanto. No pueden quitarnos nada más, ni siquiera la confianza, eso que no entienden porque son sólo transeúntes en la historia.

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